Mientras el mundo cambia deprisa, el viejo continente lo hace con lentitud. En este contexto, el acuerdo entre Merkel y Macron, aunque impreciso, supone un avance. Queda por ver si cristalizará, pero hay que seguir intentándolo
Los problemas de la UE no vienen sólo de dentro, sino también de fuera. Lo que hacen los gobiernos de otros países, no miembros, influye en la diversidad de constelaciones en la que se está descomponiendo la Unión, unas divisiones ya más complejas que las Norte-Sur, Oeste-Este o prestamistas-prestatarios. No es la causa, pero sí un potenciador de estas diferencias, con un efecto centrifugador.
Cuando China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en 2001, lo hizo como país en vías desarrollo. Más de tres lustros después, su condición ha cambiado, pues es la segunda economía del mundo. La OMC no ha servido para disciplinar a China, que es lo que busca Donald Trump (y en parte, aunque con la boca más pequeña, los europeos), sino para globalizarla. Y Trump quiere parar que China supere a EEUU en materia tecnológica. Detrás de la guerra comercial –pues lo que era una rencilla se está convirtiendo en tal– que ha puesto en marcha el actual presidente estadounidense, hay un conflicto de percepciones. Como se ha dicho, Trump ve a China como un país rico con muchos pobres, y China se ve a sí misma como un país pobre con muchos ricos.
A menudo, especialmente desde el Norte o a veces desde una cierta prensa más bien británica o norteamericana, se mete a ambos países en el mismo saco. Pero Italia –que cuenta con un excelente embajador en Madrid, Stefano Sannino– y España no sólo son muy diferentes, sino que se han distanciado. Más aún con los últimos cambios políticos en ambos países. Europa anda preocupada por Italia porque puede poner en peligro el proyecto europeo, con la llegada de un gobierno de coalición entre dos populismos antieuropeos, aunque desde ángulos diferentes con efectos concurrentes. Eso no ha ocurrido en España, donde hay un amplio consenso europeo y donde el nuevo gobierno de Pedro Sánchez se presenta como incluso más europeísta –y es de esperar que más activo y presente en este frente– que el anterior de Mariano Rajoy. La conjunción del giro italiano y del Brexit puede ser una oportunidad para España de recuperar una presencia y una influencia perdida en la UE. Y una oportunidad para la UE de recuperar una España propositiva.
Dos arzobispos católicos irlandeses, el primado Eamon Martin y Diarmuid Martin de Dublín, han considerado que el voto sobre la legalización del aborto refleja la pérdida de influencia de la Iglesia Católica en el país. Irlanda se normaliza respecto al conjunto de Europa Occidental. En 2003, en su última carta encíclica Ecclesia in Europa , el entonces Papa Juan Pablo II se refirió a “la descristianización de amplias zonas del continente europeo”. Sin embargo, en una entrevista en 2016, año en el que recibió el Premio Carlomagno, el Papa Francisco, argentino, habló de que las evocaciones de las raíces cristianas de Europa a menudo “toman connotaciones colonialistas”.