Para los ciudadanos no se trata solo de elegir a políticos, sino de ser escuchados. Y la política democrática últimamente había dejado de escuchar a los ciudadanos
Quien no vota no puede luego lamentarse. Vale para todos. Hay que hacer oír, o mejor aún, hacerse escucha
¿Es la nostalgia algo negativo? No necesariamente. Pero en nuestros tiempos, aún más que en otros anteriores, es políticamente muy manipulable. Recordar los tiempos pasados, escribió Marcel Proust, no significa recordar los tiempos como fueron en el pasado. También el pasado se reinventa, pues como apuntara Antonio Machado, “ni está el mañana ni el ayer escrito”. La sociedad y la política europeas, indica una reciente encuesta de la Fundación Bertelsmann, se han llenado de nostálgicos que piensan que el pasado –sin precisar cuál– fue mejor que el presente. Pero si es así, es por algo.
Las sociedades occidentales —y otras— están sufriendo un proceso de derechización, fruto en parte de los efectos de la crisis pasada, que aún colean, y de otros factores como el reto de los independentistas catalanes en el caso español. La política va a la zaga de estas tendencias, aunque, una vez en marcha estas dinámicas, las alienta en la sociedad. Es un movimiento de fondo que responde en mucha gente a un sentido de peligro y de desprotección que produce cambios de actitud ante las ofertas conocidas.
“Quand la Chine s’éveillera, le monde tremblera” (“Cuando China despierte, el mundo temblará”) dijo Napoleón Bonaparte. Hace tiempo que ha despertado y el resto del mundo, especialmente el que quizá ya no se pueda llamar Occidente, no había temblado, sino que había querido beneficiarse de productos baratos y un mercado en auge en los últimos 30 años. Ha sido con la crisis y con llegada de Trump a la Casa Blanca que ha cambiado la percepción de lo que significa una China fuerte. La visión norteamericana e incluso europea de China ha cambiado.