Se está abusando del término “guerra híbrida” desde que en 2007 lo puso en boga Frank Hoffman, y muy especialmente desde la anexión rusa de Crimea en 2014. Pero todo no es guerra, ni híbrida, pese a que vivamos tiempos híbridos. Por ejemplo, lo que está pasando en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, con el uso de inmigrantes o refugiados traídos de Irak u otros lugares, que se puede describir como un “arma de inmigración masiva”, como hace Mark Leonard en su enriquecedor libro The Age of Unpeace. Sí corresponde a una “zona gris”, pero no es una guerra, ni siquiera híbrida, aunque detrás esté la sombra de Rusia, muy ducha en ese terreno entre la paz y la guerra. En este caso, despierta el recuerdo de una guerra occidental nada híbrida como la de la invasión de Irak en 2003 y lo que siguió. Jugar con la inmigración irregular, además, envalentona a la extrema derecha y radicaliza en este tema a la derecha en Europa (véase en Francia).
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