Nuevas inteligencias

El término “inteligencia artificial” (IA), que se adoptó en la Conferencia de Dartmouth de 1956 a instancias del científico de la computación John McCarthey, no es el más acertado, pero ha llegado para quedarse, por su simplicidad, y porque a nadie se le ha ocurrido una alternativa. Se refiere a un modelo creado para resolver un problema específico o prestar un servicio concreto.

Partamos de un ejercicio mental. Si, efectivamente, como piensan algunos astrofísicos, no se puede ir a mayor velocidad que la luz, los viajes interestelares y no digamos los intergalácticos, serán muy difíciles para los humanos, porque no tendrían capacidad vital para cruzar espacios de miles o millones de años luz. Cabe pensar lo mismo de una civilización extraterrestre que nos descubriera, aunque las naves que llegaran a la Tierra fueran capaces de transportar alguna vida biológica (como esporas o bacterias) que pudiera desarrollarse después en formas más complejas. Hay que estar dispuestos a recibir a máquinas inteligentes, que se habrían perfeccionado a sí mismas en el tiempo del larguísimo viaje, y que probablemente discurrirían de otras formas distintas a las humanas. U otras formas, como la comunicación a través de sofones (protones equipados de inteligencia) que Liu Cixin ideó en su magnífica trilogía El problema de los tres cuerpos.

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