¿Quién se acuerda de mí?

Benedicto XVI

Aquí estoy en Castel Gandolfo, nada arrepentido de mi renuncia. Pero me siento un poco abandonado. Ya se sabe a Rey muerto, Rey puesto, aunque yo siga vivo y haya renunciado por voluntad propia. En toda organización, cuando cambia el jefe cambian rápidamente las lealtades. No hay de qué sorprenderse.

El Papa Francisco me ha llamado y vendrá a verme el próximo sábado. Recuerdo cómo le gané el trono de San Pedro en 2005. Pero también, al seguir su elección y primeras apariciones públicas por la televisión, me he percatado de alguno de los errores que cometí, como mis brazos abiertos en señal de victoria y una sonrisa exagerada, o los zapatos, los dichosos zapatos, no precisamente del pescador. El Papa Bergoglio, con su austeridad, modestia y hasta sentido del humor, quizás acierte. Aunque creo que se equivoca si piensa que la Iglesia no necesita demostrar su poder incluso con cierto boato. Sigue leyendo

Anuncio publicitario

El Papa emergente

Papas

«Queridos miembros del Cónclave»:

«Ya conocéis las razones de mi renuncia, y aunque no es algo habitual, espero que me comprendáis. Os corresponde ahora a vosotros escoger a un sucesor que esté a la altura de los tiempos. No estoy seguro de haberlo logrado yo mismo. Llegué a la Silla de San Pedro a una edad demasiado avanzada como para conseguir una reforma siempre aplazada de una Curia que nunca me interesó. La tarea queda pendiente para quién ocupe mi puesto. He tenido que navegar contra el viento, al menos en Europa. Yo tenía una idea clara, la de que la Iglesia debía recuperar sus esencias, para lograr ser más auténtica aun a costa de ser, temporalmente, más pequeña. Sólo así lograremos seguir siendo la primera religión del mundo.

Algún comentarista español, tras mi elección en abril de 2005, se permitió considerar que ésta había sido un error, pues la Iglesia necesitaba entonces un Papa menos teólogo y más sociólogo. Os ruego que no renuncies a lo primero, aunque quizás sea hora de pensar en lo segundo. Sigue leyendo