Aquí estoy en Castel Gandolfo, nada arrepentido de mi renuncia. Pero me siento un poco abandonado. Ya se sabe a Rey muerto, Rey puesto, aunque yo siga vivo y haya renunciado por voluntad propia. En toda organización, cuando cambia el jefe cambian rápidamente las lealtades. No hay de qué sorprenderse.
El Papa Francisco me ha llamado y vendrá a verme el próximo sábado. Recuerdo cómo le gané el trono de San Pedro en 2005. Pero también, al seguir su elección y primeras apariciones públicas por la televisión, me he percatado de alguno de los errores que cometí, como mis brazos abiertos en señal de victoria y una sonrisa exagerada, o los zapatos, los dichosos zapatos, no precisamente del pescador. El Papa Bergoglio, con su austeridad, modestia y hasta sentido del humor, quizás acierte. Aunque creo que se equivoca si piensa que la Iglesia no necesita demostrar su poder incluso con cierto boato. Sigue leyendo