El ajuste de la austeridad

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La austeridad no funciona, o mejor dicho, la austeridad sola no funciona. En el sentido de que, en el caso de España, tres años después del anuncio de los recortes por Zapatero en aquel fatídico mayo de 2010, no sólo no está generando crecimiento y empleo, sino que, de momento, está agravando la situación.

Pero ¿qué es la austeridad? En el caso de España y otros países de nuestro entorno- no consiste sólo en recortar gasto público sino que también implica una austeridad privada, en todas las empresas y en los hogares ante la reducción de ingresos. Ésta deriva, en el caso de las personas, del paro y de la contracción de salarios en esa devaluación interna a que nos obliga una crisis asimétrica en una unión monetaria. Una cosa y la otra están ligadas, claro. Pues la austeridad, como señala Mark Blyth en Foreign Affairs es la deflación deliberada de salarios y precios internos a través de recortes en el gasto público. Sigue leyendo

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El gran divorcio

horizonteEL ROTO

Una parte importante de los italianos ­-quizás se pueda interpretar que una mayoría-, ha votado en contra de la austeridad (además de otras cosas). Y, sin embargo, el coro -desde los mercados, a la Comisión Europea, Berlín y otros centros de decisión- no ha dudado en insistir: No importa lo que hayáis votado, no hay otro camino que el de la austeridad. Aunque no esté claro a dónde lleva este camino. Lo que plantea un peligroso divorcio entre Estados, mercados y ciudadanos. Pero hay otros divorcios que pesan en la situación.

¿Hay alternativa a la austeridad? Más bien hay alternativas dentro de la austeridad. No fue lo mismo la austeridad de Zapatero que la de Rajoy, como tampoco lo es la de Hollande. Pero éste se ha está topando también con la realidad de esta Europa del euro (e incluso más allá, como demuestra el caso del Reino Unido). No es posible una política de estímulo en un solo país si ese país tiene que financiarse en los mercados (o más aún, si está intervenido, y por tanto, su política condicionada). Salvo que ese país se llame Alemania (pero no quiere). O salvo que lo adopte la Unión Europea, como proponía François Hollande y ahora vuelve a hacerlo desde la izquierda italiana Pier Luigi Bersani, aspirante a primer ministro. Sigue leyendo